Dispone de veinte días escasos para descansar y buscar la paz en su pueblo de nacimiento, junto con su familia en el palacio que tiene alquilado al conde. Desde allí se desplaza por los pubelos limítrofes en excursiones, donde es recibido con los agasajos propios de un maestro nacido en la Tierra. Saleri II es tan admirado como querido, su esplendidez ayuda mucho. En una de esas excursiones, al pueblo que más se prodiga, ve a una joven por la que se interesa, su cara le resulta conocida. Alta, buen tipo, con clase, pelo negro, ojos alegres, también negros, andares sencillos y señoriales. También ella se fija en él. Sus miradas lo dicen todo. Doña Elvira, madre de la joven, también se percata del cruce de miradas y diríase que se siente complacida. Ocurre en la villa de Aranzueque. Si famoso es el torero, famosa es, en su tierra, la familia de la joven; así que cada uno, incluida la madre, sabe quién es el otro. Hay un problema. Ella es de una gran familia, casi inaccesible para la mayoría y deseada por personajes de la provincia, de su nivel, entre ellas un marqués de profesión militar muy bien visto por su padre y un pudiente prócer de Guadalajara. No viendo forma el enamorado de llegar a la mujer que ya empieza a inquietarle, ingenia una forma que se le antoja infalible. Monta en su lujosa moto Harley Davison y se acerca a la villa de Aranzueque. Deja la moto en la plaza, que es rápidamente rodeada por niños y mayores para contemplarla. Pregunta si alguien en el pueblo tiene coche -bien sabe él, que sólo lo tiene el padre de su admirada- para que le preste algo de gasolina con la que poder llegar a Romanones. Le indican que don Mariano es el único. Cruza la plaza, después la puerta del sol y la casa está al otro lado de la carretera, a unos 50 metros. No hacen falta explicaciones, ya se había ocupado antes de saber el camino y de preguntar en Romanones todo lo concerniente a la familia. Llegado a la casa golpea la aldaba contra la puerta tres veces, de forma ligera y acompasada; casi al instante un criado abre y pregunta. Le hace atravesar el amplio portal adornado de muebles de madera y esteras de esparto y le abre la puerta de la antesala. Julián queda deslumbrado por el lujo serio de la estancia, le llama la atención un bargueño auténtico hecho con maderas nobles y excelente cajonería. A su derecha una puerta entreabierta deja ver el oratorio privado de la familia, es lo que más impresiona al torero que ya ha visto muchas casas de lujo en sus cinco años de matador. Otra puerta cerrada, a continuación del oratorio, impide ver el corredor sobrio, elegante, amplio y bien iluminado. La antesala recibe la luz de una puerta doble de cristales de colores en los que se representan aves tropicales. Las puertas cerradas no permiten ver lo que hay más allá, lo que acrecienta la curiosidad del visitante. A la izquierda una escalera de madera recia bien encerada conduce a la planta superior. Más a la izquierda otra puerta de cuarterones castellanos, oscura, da entrada al despacho de don Mariano, con ventana a la calle. El criado le ofrece asiento en un escaño con cojines de color rojo oscuro. De las llaves de los muebles cuelgan penachos de color y tamaño acorde con el mueble. Don Mariano Pérez-Pardo calcula el tiempo prudencial para salir del despacho, cuando lo hace, el torero se pone en pie, sonríe, pide disculpas por la interrupción y explica el motivo de su visita. - No se preocupe, aquí siempre hay gasolina, y más para un huesped de su categoría-. Pasan al despacho y en él conversan durante algo más de dos horas. En la casa la sorpresa y lo prolongado de la conversación tiene intrigados a todos. Doña Elvira, mujer de don Mariano, se muestra especialmente nerviosa. Los criados, que ya la conocen, procuran mantenerse alejados. Como en él es habitual, se grangea la simpatía de su contertulio. Don Mariano le invita a que se quede. Le apetece la conversación con una persona famosa y de la tierra y es necesario por lo que han hablado. Le enseña la planta baja de la casa, el jardín y las tierras que llegan hasta el río. Conversan de toros y de agricultura, por la que manifiesta el de Romanones interés por comprar tierras y exportarlas -algunos años después compraría una gran finca con olivos, cultivo de ceral y caza- . Don Mariano le agradece el toro que le brindó el pasado año en Guadalajara, y se muestra obsequioso. Se acerca la hora de la comida. En la casa ya todos saben de la presencia del diestro, hasta los criados en el campo ha llegado la noticia. Carmen se acicala más de lo normal para andar por casa, su madre le ayuda y también se recompone. Los hijos del hacendado no paran, durante la comida, de preguntar por sus éxitos. El verdadero protagonista es Julián, que hace acopio de todas sus dotes de simpatía para caer bien a la familia y para ganarse a Carmen. Ella se muestra recatada. Los socarrones del pueblo les hicieron novios antes de que Julián se declarase, cosa que no tardaría en suceder. |